De los payasos a los bribones

Especial para Columnateca

En la ruina murió uno de los principales formadores de colombianos: el Payaso Bebé.

Por lo menos una generación creció viendo, escuchando y aprendiendo lo que el enorme hombre pintado decía con voz impostada de nene.

Como Plaza Sésamo, Animalandia era un programa de televisión que llenaba el vacío formativo de la casa y de la escuela. Ahí Bebé y sus compañeros payasos enseñaban a reír, a declamar, a brincar, a cantar canciones ridículas y a querer y respetar a los papitos.

Así, sin querer queriendo, la tele ha sido formadora, y en aspectos fundamentales, como la apropiación del mundo, los comportamientos, los amores y odios. Así como enseñó El Conde Contar lo hicieron Jaime Garzón, Fox Sports o Los Magníficos. Y, claro, Bebé.

Los medios, la calle y los amigos nos han enseñado números, palabras, acciones, imágenes, valores... han sido desmitificadores de realidades muchas veces ocultadas por la familia, la escuela y la iglesia. No es casual que haya crisis en estas tres instituciones, mientras crece la influencia de los primeros.

Hemos asumido como real lo que nos dicen los medios, como la verdad verdadera. Son la ventana al mundo e inciden en la moda y en la política... Son poderosos, tanto como exitosos los realities y las facultades de comunicación, incluso las de garaje. Todos quieren aparecer en medios.

Pasó con la radio, el cine y la TV. Cada medio tuvo su momento de esplendor. Y así como muchos crecimos con los muppets, Plaza Sésamo o La Ley Contra el Hampa, hoy el panorama es distinto.

Internet se ha convertido en el medio por excelencia, dadas todas sus posibilidades y ventajas, entre ellas la gratuidad y la multiplicidad. Cualquiera, con un teléfono o una cámara, un computador e Internet puede crear su propio espacio multimedial. Los jóvenes están creciendo bajo la influencia del e-mail, de Facebook, YouTube, Messenger, Mercadolibre, los blogs, los videojuegos... ¡y pueden participar!

A Bebé, sus canciones, sus valores, sus consejos, adiós.

Lo que viene es diferente. Nuevos medios, nuevas realidades, nuevas posibilidades... ¿mejores?

Muchos de los que dan ejemplo, los poderosos, los que aparecen en los medios, los gobernantes, los dueños de la opinión, los nuevos educadores son tramposos, mentirosos, ególatras, avaros, acaparadores, ventajosos, egoístas, envidiosos, intolerantes, déspotas, autoritarios, arbitrarios, indolentes e insolidarios. Esas son las virtudes que los han hecho grandes y famosos, casi convirtiéndolos en ejemplo para las nuevas generaciones...

Ojalá que no.

La gripe embustera

Por: José Aguilar

Con la nueva gripe está pasando lo mismo que con los personajillos de la prensa rosa: que sale mucho en los medios por la única razón de que sale mucho en los medios. No porque sea especialmente grave, ni particularmente mortífera, ni singularmente peligrosa, no. Sólo porque le estamos dando una importancia que la objetividad más elemental le niega. Sólo porque ocupa muchas páginas y abre muchos telediarios, como en un bucle de fatalidad y reiteración acumulativas.

Esta es una gripe muy mediática y muy embustera. Un auténtico bluf de gripe. Cierto que la OMS avisa de que la mal llamada gripe española de 1918 también empezó como una enfermedad leve, tuvo un periodo de calma y luego volvió con furia redoblada causando millones de muertos y enfermos. Pero el mundo de hoy es distinto y está más capacitado, y todas las alertas sanitarias han sido encendidas. Sin embargo, el pánico se ha extendido y, con él, la histeria. Histeria contra los cerdos, y contra los mejicanos, sacrificados y discriminados, respectivamente, en varios países.

No hay razones, sino miedo y, como digo, exceso de una información menos científica que asustada. Unas decenas de muertos y varios cientos de infectados en México han bastado para que la gente pierda el norte, sin tener en cuenta que en México mucha gente no puede acudir al médico por falta de dinero ("la pobreza es lo que más contagia", decía ayer un médico paraguayo). Tampoco se piensa en lo que explicaba la consejera de Salud de la Junta: la gripe común de cualquier invierno es más dura que ésta. Por no hablar de los millones de personas que se cargan cada año la malaria o la tuberculosis. Menos mal que la gripe A, la nueva gripe o la gripe H1N1 -esta pandemia es tan mentirosa que hasta tiene varias identidades- no ha llegado de momento a África, el continente por antonomasia de la penuria criminal.

No hemos aprendido nada. Durante la crisis de las vacas locas o la gripe aviar se activaron todas las alarmas. Releyendo cualquier periódico o revisando los diarios de la radio y la televisión de aquellos años uno llega fácilmente a la conclusión de que el mundo se iba a acabar. El Apocalipsis se acercaba, inexorable, a tenor de las palabras y letras gastadas acerca de esas dos últimas pandemias mediáticas. Afortunadamente, no hubo casi nada, unos centenares de personas fallecidas -menos que con un resfriado- y millones de personas aterrorizadas durante una buena temporada. Ahora la historia se repite.

Al final se irá y no habrá más que lo de siempre: una enfermedad cuya repercusión mundial obedece exclusivamente a que el mundo es ya la aldea global, pero que sólo matará a los pobres. Como casi todas las enfermedades, sólo que más embustera y aparatosa.

Publicado por:
El Diario de Sevilla

Colombia, boceto para un retrato

Una revista mexicana les pidió a varios escritores del mundo que hicieran un breve retrato de sus países. Héctor Abad Faciolince hizo uno sobre Colombia.

Colombia me parece un buen resumen del mundo. Una élite prevalentemente blanca en el color de la piel, que constituye un poco menos del 10% de la población total, que vive en los climas más fríos y ocupa las tierras más fértiles, es dueña del 80% de la riqueza general (las minas, la agricultura, el ganado, los bancos, las industrias) y controla el poder político. Otro 40% de la población, un poco más oscura en su aspecto exterior, trabaja duramente, más que para llegar a ser élite, para no caer en la pobreza del otro 50% de la población, que vive en las tierras más cálidas y menos fértiles o en las partes más duras de las ciudades, que es negra, india, mulata o mestiza, y que nunca está del todo segura de poder comer o de tener agua limpia al día siguiente.
El primer mundo desarrollado (espejo de Europa, Estados Unidos y algunas partes del Lejano Oriente) está representado por esa élite de piel clara, que se aprovecha de las materias primas y de la mano de obra barata del resto del país. Viven bien, comen bien, estudian en los mejores centros, tienen excelentes hospitales y se mueren de viejos. La clase media, los pequeños empleados, algunos obreros con buenos contratos, son el espejo de los países emergentes como México o Brasil. El 50% de los pobres que apenas sobreviven, se parecen a África, a las regiones y naciones más pobres de Oriente, y también, por supuesto, a la misma América Latina menos desarrollada. Así es el mundo, y Colombia se parece mucho al mundo, en tamaño pequeño.

Recorrer Colombia es una bonita experiencia sociológica: si uno empieza por el Norte, en el desierto de La Guajira, podrá visitar la mezquita de Maicao, comer quibbes como los del Líbano, ver mujeres de origen árabe con velo musulmán y hasta deleitarse al postre con las waclavas de miel y frutos secos. Si atraviesa las fértiles llanuras de Córdoba, Bolívar y Sucre, encontrará inmensos hatos de ganado Brahman, traído de la India hace más de un siglo, con sus morros henchidos de grasa y carne, y con la parsimonia envidiable de las vacas sagradas. Si se trepa por la cordillera de los Andes encontrará valles alpinos con ganado Holstein o Jersey, como en Suiza, Inglaterra o Canadá, e incluso campesinos de ojos azules que ordeñan las vacas y hacen queso en las montañas de Antioquia. Si se hunde en las selvas del Chocó podrá sentirse en África de repente, con unos negros grandes y dulces que llevan la música por dentro y la pobreza por fuera, aunque con gran dignidad. Si se atreve a internarse en las selvas amazónicas, se sentirá en partes del Brasil, con ríos inmensos y parsimoniosos, árboles innumerables, calor intenso y bichos raros. Si va a los departamentos del Cauca y Nariño, en el sur, podrá figurarse que está en Bolivia o en Perú, con indios que vienen de ramas remotas de la familia quechua, cuyo imperio se extendió hasta allí, pero que hablan lenguas locales que Evo Morales no entendería.

Y en este viaje imaginario encontrará también, por supuesto, aquello que se considera más típicamente colombiano: plátanos y yuca en tierra caliente, cafetales y pájaros en tierra templada, campos petroleros y minas de oro y carbón explotadas en general por inmensas transnacionales europeas o norteamericanas, plantaciones de mata de coca con mafiosos que matan por defender las rutas de su cocaína, guerrilleros salvajes que secuestran y extorsionan, paramilitares sanguinarios como nazis, un Ejército que no pocas veces comete crímenes tan horrendos como los de los grupos ilegales, y un Estado que, según se acerque o se aleje de las grandes capitales, es capaz de controlar o no el territorio de la nación.

¿Qué nos falta en esta rápida descripción geográfica del país? Dos largas costas, la del mar Caribe y la del océano Pacífico, entre delfines y playas coralinas, hasta tibias bahías escogidas por las ballenas que van y vienen de los polos para hacer ahí, en el centro de su recorrido, esos ruidosos y salvajes apareamientos que los humanos llaman el amor. Algún puerto industrial, como Barranquilla, donde judíos y árabes conviven y compiten por el comercio; una ciudad de belleza legendaria, Cartagena de Indias, en donde el centro se parece a Andalucía y la periferia a Bangladesh; y por último el puerto más feo de todo el océano Pacífico, Buenaventura, en donde la ventura está siempre al borde de convertirse en desventura.

Colombia es también, como el mundo, un país de ciudades en el que la mayoría de la gente vive en humeantes conglomerados urbanos acromegálicos y no en el campo. Lo distinto estriba en que, a diferencia de la mayoría de los países de Hispanoamérica, la capital del país, Bogotá, no se roba la casi totalidad de la población urbana, sino que pululan las ciudades con más de un millón de habitantes: Medellín, Cali, Barranquilla, Pereira, Cartagena, Manizales. Salvo los puertos, la mayoría de estas ciudades (y por ende de la población del país) está en las cordilleras, en altos valles o en altísimos altiplanos. El motivo es muy simple: el clima duro del trópico, la humedad y los insectos de las tierras bajas se soporta mucho mejor en la altitud de las montañas. Por eso tenemos un país muy extenso, pero al mismo tiempo muy densamente poblado en la cordillera y casi desierto en las llanuras y en las selvas.

Por: Héctor Abad Faciolince. Publicado en: El Espectador

Desechando lo desechable

Por: Marciano Durán (enero 2006)

Seguro que el destino se ha confabulado para complicarme la vida.

No consigo acomodar el cuerpo a los nuevos tiempos.

O por decirlo mejor: no consigo acomodar el cuerpo al “use y tire” ni al “compre y compre” ni al “desechable”.

Ya sé, tendría que ir a terapia o pedirle a algún siquiatra que me medicara.

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.

No hace tanto con mi mujer lavábamos los pañales de los gurises.

Los colgábamos en la cuerda junto a los chiripás; los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.

Y ellos… nuestros nenes… apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda (incluyendo los pañales).

¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables!

Sí, ya sé… a nuestra generación siempre le costó tirar.

¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables!

Y así anduvimos por las calles uruguayas guardando los mocos en el bolsillo y las grasas en los repasadores. Y nuestras hermanas y novias se las arreglaban como podían con algodones para enfrentar mes a mes su fertilidad.

¡Nooo! Yo no digo que eso era mejor.

Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra.

Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto.

Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.

¡Guardo los vasos desechables! ¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez! ¡Apilo como un viejo ridículo las bandejitas de espuma plast de los pollos! ¡Los cubiertos de plástico conviven con los de alpaca en el cajón de los cubiertos!

Es que vengo de un tiempo en que las cosas se compraban para toda la vida.

¡Es más! ¡Se compraban para la vida de los que venían después!

La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, fiambreras de tejido y hasta palanganas y escupideras de loza.

Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de heladera tres veces.

¡Nos están jodiendo!

¡¡Yo los descubrí… lo hacen adrede!!

Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo.

Nada se repara.

¿Dónde están los zapateros arreglando las medias suelas de las Nike?

¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando sommier casa por casa?

¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista?

¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?

Todo se tira, todo se deshecha y mientras tanto producimos más y más basura.

El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad.

El que tenga menos de 40 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el basurero!!

¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de 50 años!

Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)

No existía el plástico ni el nylon.

La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en San Juan.

Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban.

De por ahí vengo yo.

Y no es que haya sido mejor.

Es que no es fácil para un pobre tipo al que educaron en el “guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo” pasarse al “compre y tire que ya se viene el modelo nuevo”.

Mi cabeza no resiste tanto.

Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que además cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.

Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya sí era un nombre como para cambiarlo)

Me educaron para guardar todo.

¡Toooodo!

Lo que servía y lo que no.

Porque algún día las cosas podían volver a servir.

Le dábamos crédito a todo.

Sí… ya sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no.

Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas de jardinera… y no sé cómo no guardamos la primera caquita.

¡¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?!

¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con que se consiguieron?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones.

El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto.

Y guardábamos.

¡¡Cómo guardábamos!!

¡¡Tooooodo lo guardábamos!!

¡Guardábamos las chapitas de los refrescos!

¡¿Cómo para qué?!

Hacíamos limpia calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares.

Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela.

¡Tooodo guardábamos!

Las cosas que usábamos: mantillas de faroles, ruleros, ondulines y agujas de primus.

Y las cosas que nunca usaríamos.

Botones que perdían a sus camisas y carreteles que se quedaban sin hilo se iban amontonando en el tercer y en el cuarto cajón.

Partes de lapiceras que algún día podíamos volver a precisar.

Cañitos de plástico sin la tinta, cañitos de tinta sin el plástico, capuchones sin la lapicera, lapiceras sin el capuchón.

Encendedores sin gas o encendedores que perdían el resorte. Resortes que perdían a su encendedor. Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraran al terminar su ciclo, los uruguayos inventábamos la recarga de los encendedores descartables.

Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de paté o del corned beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave.

¡Y las pilas!

Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa.

Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más.

No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.

Las cosas no eran desechables… eran guardables.

¡¡Los diarios!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al cuadril!

Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque del Banco de Seguros para hacer cuadros, y los cuentagotas de los remedios por si algún remedio no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos.

Y las cajas de cigarros Richmond se volvían cinturones y posamates, y los frasquitos de las inyecciones con tapitas de goma se amontonaban vaya a saber con qué intención, y los mazos de cartas se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía “éste es un 4 de bastos”.

Los cajones guardaban pedazos izquierdos de palillos de ropa y el ganchito de metal.

Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en un palillo.

Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos.

Así como hoy las nuevas generaciones deciden “matarlos” apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada… ni a Walt Disney.

Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron “Tómese el helado y después tire la copita”, nosotros dijimos que sí, pero… ¡minga que la íbamos a tirar! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas.

Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos.

Las primeras botellas de plástico -las de suero y las de Agua Jane- se transformaron en adornos de dudosa belleza.

Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de bollones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos.

No lo voy a hacer.

Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad es descartable.

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas.

Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero.

No lo voy a hacer.

No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne.

No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo y glamour.

Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares.

De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la bruja como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva.

Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo que la bruja me gane de mano… y sea yo el entregado.

Y yo... no me entrego.

Publicado por: Crónicas Marcianas

La mata que mata

Por: Alfredo Molano Bravo

Los publicistas usan medios perversos como la utilización de voces infantiles —tiernas, consentidas, pegajosas— para crear en sus audiencias determinadas imágenes. Los niños que oyen esta abusiva propaganda de la Dirección de Estupefacientes —seguramente pagada con dineros de la DEA— tienen que imaginarse el país como una gran carnicería. Y a quienes cultivan la marihuana y la coca, campesinos, colonos e indígenas, como unos monstruosos asesinos con las manos untadas de sangre. Los niños tenderán a generalizar esta imagen y a mirar a cualquier pobre como un criminal.

Pero, además, Estupefacientes pone a los niños a decir mentiras y a creérselas, porque ninguna mata, mata. Y los pone a mentir en materia grave: la guerra. ¿No es esta una manera cínica de meter a la niñez en los campos de batalla? Unicef, especializada en gritos de fariseos, no dice ni mu, y hasta con cierta razón, porque teme el papirotazo de su excelencia.

No hay ninguna mata que mate, o por lo menos que mate por contacto directo. Ni siquiera el borrachero, arboloco, cacao sabanero o floripondio mata a la gente. No hay ninguna mata a la que se le pueda echar la culpa de la guerra. Sólo en las mentes del Presidente y de algunos militares cabe la tesis de que hay “matas de cocaína”, que es como decir que hay árboles de aspirina. Desde hace miles de años, la coca es un arbusto sagrado para la mayoría de comunidades indígenas; lo cultivan las mujeres, y sus hojas secas, mezcladas con hojas de yarumo tostadas o con conchitas molidas, son consumidas en forma ritual por los hombres adultos.

Sin la coca los indígenas no habrían resistido la salvaje invasión europea. Las hojas de coca no sólo no matan, sino que son de los alimentos más nutritivos que existen. La propaganda de la niñita a media lengua que llama a criminalizar a sus cultivadores hace parte de hecho, de la ola que legitima las masacres contra los pueblos kankuamo, emberas-chami, awá, y nasa, para hablar sólo de los grupos golpeados este año. La propaganda no es la culpable, claro está, pero justifica a los ojos de los niños matar a los que cultivan matas que matan. La verdad es otra: si a los indígenas les quitan sus matas de coca, los matan.

Uribe va en contravía de los vientos que corren en materia de drogas ilegales. Los ex presidentes Gaviria; Zedillo, de México, y Cardoso, de Brasil, han declarado que la “guerra a las drogas” ha fracasado rotundamente, e incluyen en ese fracaso el Plan Colombia. La guerra contra las drogas sólo ha dejado —¡esa sí!— muertos y corrupción y representa hoy la mayor amenaza contra la democracia y la paz. Los ex presidentes han pedido la descriminalización de la marihuana para uso personal. Sin duda, el mensaje está dirigido a Obama, con la idea no descabellada de que el nuevo gobernante “revise a profundidad” las políticas antidrogas.

Como era de esperarse, Uribe brincó a la media hora y ordenó a sus escuadrones parlamentarios cerrarle el paso a la legalización, enterrar la dosis mínima y tratar a los consumidores como enfermos mentales. La posición de Uribe va más allá de su guerrerismo y su pacatería; el tiro va —es evidente— contra Carlos Gaviria, que fue el magistrado ponente en la Corte Constitucional de la razonable dosis mínima, y contra Ernesto Samper, que hace años pidió lo que ahora Gaviria pide. Sólo cabe rezarle al padre Marianito que ni el Presidente ni su par de angelitos sufran cualquier día una crisis artrítica.

Publicado por: El Espectador

La estrategia prohibicionista

Por: Alejandro Gaviria

La Comisión Latinoamericana sobre Drogas y Democracia, liderada por los ex presidentes César Gaviria, Ernesto Zedillo y Fernando Henrique Cardoso, hizo esta semana un llamado al pragmatismo, al análisis objetivo de las políticas contra el tráfico de drogas, al estudio científico de las diversas alternativas.

“Las nuevas políticas —dijo la Comisión— deben basarse en estudios científicos y no en principios ideológicos… en evaluaciones rigurosas del impacto de las diversas propuestas y medidas alternativas a la estrategia prohibicionista”. La Comisión, en últimas, propuso, más que una serie de medidas concretas, un enfoque distinto, más técnico y menos político, más pragmático y menos ideológico.

El Gobierno colombiano no tardó en responder, en manifestar su descuerdo con la propuesta de la Comisión. Primero el Presidente conminó a su bancada parlamentaria a cerrar filas en contra de la legalización de la droga, una medida que “riñe con las políticas de este Gobierno”. Más tarde el Ministro de Defensa invitó a la Comisión a untarse de realidad, a escuchar el clamor mayoritario en contra de cualquier asomo de permisividad. Y luego el Ministerio del Interior reiteró que Colombia seguirá siendo un líder mundial en la heroica guerra contra los traficantes de drogas. “El debate no es sólo ideológico ni menos aún de opciones pragmáticas. Es un compromiso que toda una Nación ha asumido con valor y entrega”, dice el comunicado del Ministerio del Interior en un intento por rechazar prematuramente la invitación a pasar de la ideología al pragmatismo.

La guerra contra las drogas ha sido históricamente motivada por razones ideológicas. La Comisión propuso un cambio de enfoque, hizo una invitación al pragmatismo. Pero el Gobierno colombiano rechazó de entrada la posibilidad de un escrutinio tecnocrático, de una evaluación abierta de los costos y los beneficios de las políticas antidroga. El Gobierno quiere mantener la discusión en el plano ideológico. Los números no le interesan. Prefiere las declaraciones de principios, la retórica (ya gastada) del heroísmo, la apelación (facilista) a la voluntad popular o al moralismo indignado de las mayorías. En suma, el Gobierno insiste en politizar el debate.

La guerra contra las drogas es un producto de la guerra fría, de los odios políticos de Richard Nixon. Inicialmente estuvo dirigida en contra de la marihuana (miles de hectáreas fueron fumigadas en México, por ejemplo) pues la yerba se había convertido en un distintivo de los opositores a la guerra anticomunista en Vietnam. En septiembre de 1973, meses después de su creación, la DEA ejecutó su primera misión internacional en Chile. En pocos días logró que Augusto Pinochet extraditara 19 narcotraficantes a los Estados Unidos. La extradición tuvo esencialmente motivaciones políticas. La DEA pudo convencer al dictador chileno de que los narcotraficantes estaban financiando grupos clandestinos de izquierda. La política antidroga ha estado, desde sus orígenes, influida por la paranoia de la guerra fría.

La Comisión propone romper con esta tradición. Pero el Gobierno colombiano insiste en la politización del debate. Los proponentes de la legalización son considerados, sin excepción, enemigos políticos: blandengues, apaciguadores o (peor todavía) socialbacanes sin oficio. En la peor tradición de la guerra fría, el Gobierno no permitió el debate, redujo la cuestión a una distinción maniquea entre buenos y malos.

Publicado por: Blogger

Fracasó la política antidrogas

Por: Jorge Mejía Martínez

La comisión Latinoamericana sobre drogas y democracia le puso el cascabel al gato: reconoció el fracaso de la actual política antidrogas. Tres expresidentes en compañía de importantes intelectuales de América Latina no dudaron en cuestionar los resultados de políticas soportadas en el prohibicionismo y la criminalización, luego de 30 años de lucha feroz, pero ineficaz, contra las drogas. Los más grandes editorialistas de Colombia –incluido el de El Mundo- recibieron con alivio y esperanza el pronunciamiento; el gobierno se encrespó. La Comisión recalca tres tesis que quiero destacar: en lugar de reducir la lucha contra la producción de drogas a la simple represión, reorientar la estrategia a programas de desarrollo alternativo; considerar el consumo no como un asunto de policía, sino de salud pública; y hacer énfasis en el combate a las organizaciones criminales que se alimentan del mercado de las drogas.

Colombia es el único país de Latinoamérica que utiliza el glifosato fumigado desde el aire para erradicar los cultivos. Cuantiosos recursos, vidas y esfuerzos, se consumen en una política que no ha reducido sustancialmente las áreas cultivadas; seguimos produciendo el 60% de lo que se consume en el mercado de la cocaína. Bolivia –donde no se fumiga- acaba de reclamar mayores éxitos que Colombia en la erradicación de coca. Mientras que entre 2006 y 2007 en Bolivia los plantíos aumentaron de 27.500 a 28.900 hectáreas, en Perú pasaron de 51.400 a 53.700 hectáreas y en Colombia de 78.000 a 99.000 hectáreas. De acuerdo con la cancillería Boliviana, es el único país con saldo positivo en materia de incautaciones realizadas en dicho período: mientras sus decomisos de cocaína subieron de 14 toneladas en 2006 a 17 toneladas en 2007, Perú bajó de 19,7 toneladas a 14,4 toneladas y Colombia de 127 toneladas a 126,6 toneladas. También se destacó que mientras Estados Unidos otorgó en 2007 a Bolivia 66 millones de dólares para la lucha antidroga, a Perú le concedió 103 millones de dólares y a Colombia 465 millones de dólares.

El glifosato no distingue cultivos lícitos e ilícitos; la falta de oportunidades en el campo, la precaria presencia de la institucionalidad ante la proliferación de grupos armados ilegales y la ausencia de políticas públicas audaces promotoras de la sustitución de los cultivos, no han hecho más que sumarle base social a las organizaciones de la guerrilla, el paramilitarismo y otras modalidades del narcotráfico, contribuyendo al desgaste de la importante lucha del Estado contra los promotores de la violencia. Fumigación más erradicación manual, sin sustitución de cultivos, igual a fracaso.

El Informe distingue las bondades de las políticas contra el consumo de los estados Unidos y los de Europa. En el primero, prohibicionista y represivo, las estadísticas son implacables: 5.000 estadounidenses se suman cada día a la adicción de cocaína. En Europa –con una mirada más de salud pública- el consumo se ha estabilizado e incluso en países como España se ha reducido. Las estrategias de contención son distintas. Las políticas europeas contemplan, como asunto de interés público, una amplia variedad de programas de prevención y rehabilitación. En no pocos países se desarrollan, incluso, planes de reinserción social.

En España, Unas 50.000 personas piden ayuda anualmente para abandonar las drogas. El ministro de Sanidad, Bernat Soria, declaró hace pocos días su "moderado optimismo" porque en las últimas encuestas nacionales baja el número de consumidores de alcohol, tabaco y cannabis, y se mantiene el de cocaína. También aumenta la percepción de riesgo, y las dificultades para conseguir sustancias.

La vicepresidenta primera del Ejecutivo, María Teresa Fernández de la Vega, ha dicho del Plan antidrogas de España que se trata de "un gran pacto institucional, social y científico contra las drogodependencias" en el que "la clave es la prevención", avanzando que se van a continuar desarrollando campañas de concienciación sobre los riesgos que conlleva el consumo de drogas. La Estrategia, ha manifestado De la Vega, tiene unos objetivos "tan sencillos como vitales", que pasan por "reducir la oferta y la demanda, aumentar la información sobre los efectos de las drogas, mejorar la formación de los profesionales que atienden a los afectados y reforzar la cooperación internacional", pues el problema de las drogas traspasa las fronteras. El plan también buscará retrasar la edad de inicio y acabar con la idea de que es algo "normal" el consumo de drogas en el tiempo de ocio.

Es mejor enviar a los consumidores a las salas de los hospitales, que a las cárceles; es más humano y practico. Y a los pequeños cultivadores es preferible verlos erradicando y sustituyendo, que en brazos de las organizaciones criminales, los verdaderos enemigos.

Publicado por: Caja de Herramientas

El móvil de Hansel y Gretel

Por: Hernán Casciari

Anoche le contaba a la Nina un cuento infantil muy famoso, el Hansel y Gretel de los hermanos Grimm. En el momento más tenebroso de la aventura los niños descubren que unos pájaros se han comido las estratégicas bolitas de pan, un sistema muy simple que los hermanitos habían ideado para regresar a casa. Hansel y Gretel se descubren solos en el bosque, perdidos, y comienza a anochecer. Mi hija me dice, justo en ese punto de clímax narrativo: “No importa. Que lo llamen al papá por el móvil”.

Yo entonces pensé, por primera vez, que mi hija no tiene una noción de la vida ajena a la telefonía inalámbrica. Y al mismo tiempo descubrí qué espantosa resultaría la literatura —toda ella, en general— si el teléfono móvil hubiera existido siempre, como cree mi hija de cuatro años. Cuántos clásicos habrían perdido su nudo dramático, cuántas tramas hubieran muerto antes de nacer, y sobre todo qué fácil se habrían solucionado los intríngulis más célebres de las grandes historias de ficción.

Piense el lector, ahora mismo, en una historia clásica, en cualquiera que se le ocurra. Desde la Odisea hasta Pinocho, pasando por El viejo y el mar, Macbeth, El hombre de la esquina rosada o La familia de Pascual Duarte. No importa si el argumento es elevado o popular, no importa la época ni la geografía.

Piense el lector, ahora mismo, en una historia clásica que conozca al dedillo, con introducción, con nudo y con desenlace.

¿Ya está?

Muy bien. Ahora ponga un teléfono móvil en el bolsillo del protagonista. No un viejo aparato negro empotrado en una pared, sino un teléfono como los que existen hoy: con cobertura, con conexión a correo electrónico y chat, con saldo para enviar mensajes de texto y con la posibilidad de realizar llamadas internacionales cuatribanda.

¿Qué pasa con la historia elegida? ¿Funciona la trama como una seda, ahora que los personajes pueden llamarse desde cualquier sitio, ahora que tienen la opción de chatear, generar videoconferencias y enviarse mensajes de texto? ¿Verdad que no funciona un carajo?

La Nina, sin darse cuenta, me abrió anoche la puerta a una teoría espeluznante: la telefonía inalámbrica va a hacer añicos las nuevas historias que narremos, las convertirá en anécdotas tecnológicas de calidad menor.

Con un teléfono en las manos, por ejemplo, Penélope ya no espera con incertidumbre a que el guerrero Ulises regrese del combate.

Con un móvil en la canasta, Caperucita alerta a la abuela a tiempo y la llegada del leñador no es necesaria.

Con telefonito, el Coronel sí tiene quién le escriba algún mensaje, aunque fuese spam.

Y Tom Sawyer no se pierde en el Mississippi, gracias al servicio de localización de personas de Telefónica.

Y el chanchito de la casa de madera le avisa a su hermano que el lobo está yendo para allí.

Y Gepetto recibe una alerta de la escuela, avisando que Pinocho no llegó por la mañana.

Un enorme porcentaje de las historias escritas (o cantadas, o representadas) en los veinte siglos que anteceden al actual, han tenido como principal fuente de conflicto la distancia, el desencuentro y la incomunicación. Han podido existir gracias a la ausencia de telefonía móvil.

Ninguna historia de amor, por ejemplo, habría sido trágica o complicada, si los amantes esquivos hubieran tenido un teléfono en el bolsillo de la camisa. La historia romántica por excelencia (Romeo y Julieta, de Shakespeare) basa toda su tensión dramática final en una incomunicación fortuita: la amante finge un suicidio, el enamorado la cree muerta y se mata, y entonces ella, al despertar, se suicida de verdad. (Perdón por el espoiler.)

Si Julieta hubiese tenido teléfono móvil, le habría escrito un mensajito de texto a Romeo en el capítulo seis:

M HGO LA MUERTA,
PERO NO STOY MUERTA.
NO T PRCUPES NI
HGAS IDIOTCES. BSO.

Y todo el grandísimo problemón dramático de los capítulos siguientes se habría evaporado. Las últimas cuarenta páginas de la obra no tendrían gollete, no se hubieran escrito nunca, si en la Verona del siglo catorce hubiera existido la promoción “Banda ancha móvil” de Movistar.

Muchas obras importantes, además, habrían tenido que cambiar su nombre por otros más adecuados. La tecnología, por ejemplo, habría desterrado por completo la soledad en Aracataca y entonces la novela de García Márquez se llamaría ’Cien años sin conexión’: narraría las aventuras de una familia en donde todos tienen el mismo nick (buendia23, a.buendia, aureliano_goodmornig) pero a nadie le funciona el messenger.

La famosa novela de James M. Cain —’El cartero llama dos veces’— escrita en 1934 y llevada más tarde al cine, se llamaría ’El gmail me duplica los correos entrantes’ y versaría sobre un marido cornudo que descubre (leyendo el historial de chat de su esposa) el romance de la joven adúltera con un forastero de malvivir.

Samuel Beckett habría tenido que cambiar el nombre de su famosa tragicomedia en dos actos por un título más acorde a los avances técnicos. Por ejemplo, ’Godot tiene el teléfono apagado o está fuera del área de cobertura’, la historia de dos hombres que esperan, en un páramo, la llegada de un tercero que no aparece nunca o que se quedó sin saldo.

En la obra ’El jotapegé de Dorian Grey’, Oscar Wilde contaría la historia de un joven que se mantiene siempre lozano y sin arrugas, en virtud a un pacto con Adobe Photoshop, mientras que en la carpeta Images de su teléfono una foto de su rostro se pixela sin remedio, paulatinamente, hasta perder definición.

La bruja del clásico ’Blancanieves’ no consultaría todas las noches al espejo sobre “quién es la mujer más bella del mundo”, porque el coste por llamada del oráculo sería de 1,90€ la conexión y 0,60€ el minuto; se contentaría con preguntarlo una o dos veces al mes. Y al final se cansaría.

También nosotros nos cansaríamos, nos aburriríamos, con estas historias de solución automática. Todas las intrigas, los secretos y los destiempos de la literatura (los grandes obstáculos que siempre generaron las grandes tramas) fracasarían en la era de la telefonía móvil y del wifi.

Todo ese maravilloso cine romántico en el que, al final, el muchacho corre como loco por la ciudad, a contra reloj, porque su amada está a punto de tomar un avión, se soluciona hoy con un SMS de cuatro líneas.

Ya no hay ese apuro cursi, ese remordimiento, aquella explicación que nunca llega; no hay que detener a los aviones ni cruzar los mares. No hay que dejar bolitas de pan en el bosque para recordar el camino de regreso a casa.

La telefonía inalámbrica —vino a decirme anoche la Nina, sin querer— nos va a entorpecer las historias que contemos de ahora en adelante. Las hará más tristes, menos sosegadas, mucho más predecibles.

Y me pregunto, ¿no estará acaso ocurriendo lo mismo con la vida real, no estaremos privándonos de aventuras novelescas por culpa de la conexión permanente? ¿Alguno de nosotros, alguna vez, correrá desesperado al aeropuerto para decirle a la mujer que ama que no suba a ese avión, que la vida es aquí y ahora?

No. Le enviaremos un mensaje de texto lastimoso, un mensaje breve desde el sofá. Cuatro líneas con mayúsculas. Quizá le haremos una llamada perdida, y cruzaremos los dedos para que ella, la mujer amada, no tenga su telefonito en modo vibrador. ¿Para qué hacer el esfuerzo de vivir al borde de la aventura, si algo siempre nos va a interrumpir la incertidumbre? Una llamada a tiempo, un mensaje binario, una alarma.

Nuestro cielo ya está infectado de señales y secretos: cuidado que el duque está yendo allí para matarte, ojo que la manzana está envenenada, no vuelvo esta noche a casa porque he bebido, si le das un beso a la muchacha se despierta y te ama. Papá, ven a buscarnos que unos pájaros se han comido las migas de pan.

Nuestras tramas están perdiendo el brillo —las escritas, las vividas, incluso las imaginadas— porque nos hemos convertido en héroes perezosos.

Publicado por: ORSAI

¿Progresa Antioquia?

Por: Juan Diego Restrepo*

Los resultados de la última encuesta sobre calidad de vida en Antioquia constatan una vez más que la riqueza que se genera en esta región del país no se distribuye de manera equitativa. Una cifra así lo revela: un poco más de 2,8 millones de personas están bajo la línea de la pobreza. Miles de ellas se acuestan cada noche con hambre.

Los logros expuestos por los gobernantes en salud y educación, aunque importantes, esconden otras dimensiones de la pobreza. Asimismo, muchas acciones exhibidas mediáticamente lo único que logran es simular el arribo del desarrollo a zonas periféricas o marginales. Un ejemplo que gusta a los medios de comunicación es la llegada del Internet a una escuela rural. La imagen es sugestiva: unos niños campesinos, con mucho temor, tocan un teclado y se asoman a la pantalla para ver lo que hay en ella. A continuación se habla de progreso en medio de una escuela derruida. ¿Pero de qué le sirve a un niño o a una niña acceder desde una escuela campesina al conocimiento que le ofrece Internet si los ingresos de sus familias no le permitirán continuar los estudios de bachillerato y menos aún avanzar hacia la universidad?

Los exiguos ingresos de los campesinos se derivan de un sistema productivo en el que sólo ganan los intermediarios, quienes son los que tienen el capital suficiente para bajar y subir los precios de los productos agrícolas a su antojo. ¿Hay alguna política pública consistente que haya favorecido, por ejemplo, a los productores de panela del Nordeste antioqueño? Quienes viven de ese negocio advierten que no la hay. Productores y jornaleros están hoy más cerca del hambre que de garantizar una supervivencia digna. Para ellos, si hay poco para comer hay menos para estudiar. Por ello, un computador con línea de Internet en una escuela rural es una inclusión literalmente virtual.

Muchos afirman que la educación es factor esencial para salir de la pobreza. Pero, olvidan que su oferta es efectiva si viene acompañada de ingresos suficientes en las familias para que sus hijos accedan, se mantengan y logren graduarse como profesionales; olvidan que sólo es efectiva si es de calidad y además si está articulada a un sistema productivo capaz de absorber la fuerza de trabajo calificada y bien remunerada.

Y la educación sin plata ya la sienten las universidades. Una investigación del periodista Ricardo Cruz Baena sobre la Universidad de Antioquia arroja un dato alarmante: el 52 por ciento de los estudiantes que entran, abandonan sus estudios en los primeros cuatro semestres. Eso quiere decir que de 4.000 estudiantes en promedio que ingresan por semestre al alma mater, poco más de 2.000 deja sus estudios. El motivo: no tienen recursos suficientes para continuar sus carreras. ¿Cuál es entonces el futuro del departamento? ¿Es creíble su promesa de progreso?

Si miramos hacia la salud, la inequidad es dolorosa y la sienten aquellos que están cubiertos por el régimen subsidiado, entre ellos los campesinos más ancianos. Hace poco conocí el caso de un viejo labriego del municipio de Maceo, a quien le diagnosticaron mal una apendicitis en su pueblo y lo remitieron a un centro asistencial de un municipio del Valle de Aburrá para darle atención especializada. Después de todas las dilaciones administrativas para asegurar primero el pago de la ARS, el cuerpo médico determinó que no valía la pena hacer ninguna intervención pues ya tenía demasiada edad. El señor murió varios días después de peritonitis.

La historia no es sólo una anécdota. Según un estudio de la Contraloría General de Medellín sobre la calidad de la red de salud de Medellín, entre 2007 y el primer semestre de 2008 se registraron 502 pacientes fallecidos en los servicios de urgencias de Metrosalud. Hay dos datos relevantes: el 39.43 por ciento de los usuarios fallecidos eran responsabilidad de la Dirección Seccional de Salud de Antioquia, es decir, provenían de municipios por fuera del Valle de Aburrá; y el 46.45 por ciento de las aseguradoras eran del régimen subsidiado, es decir, aquellas que cubren a pacientes pobres.

Una de las conclusiones del informe es inconcebible en un pueblo que se describe como pujante: la mala calidad se debe, “en no pocos casos a la negligencia, a la carencia de sensibilidad social, al incumplimiento de deberes legales y contractuales y al ánimo de lucro de algunos actores del sistema de salud”.

Tanta pobreza y humillación en Antioquia me llevan a pensar que esa pujanza, modernidad y desarrollo son sólo parte de una imagen engañosa, sustentada en un modelo de desarrollo en el que sólo ganan unos pocos. Transformar ese modelo para lograr una distribución de la riqueza de manera equitativa es hoy un imperativo moral, político y económico si se quiere seguir hablando de bienestar en el departamento; de lo contrario, es un irrespeto con las personas más pobres, que son la mayoría.

(*) Periodista y docente universitario
Publicado en SEMANA.COM

Más gripes da el hambre

Por: Irene Lozano

Los mexicanos no entienden por qué en su país muere mucha gente a causa de la gripe porcina y en los demás, poca o ninguna; una pregunta razonable como la que se hacen en África sobre su esperanza de vida de 42 años.

Cuando los periodistas han trasladado la picazón curiosa de la sociedad mexicana al secretario de Salud, José Ángel Córdova, él no ha contestado que el principal peligro para la salud humana sea la pobreza y el hambre. Ha afirmado que los síntomas de la gripe, tratados en 48 horas, remiten sin mayores secuelas, pero los pacientes «aquí siguen llegando tarde». Los mexicanos son impuntuales de suyo, para estar a la altura del tópico sobre el carácter de los pueblos poco desarrollados. Cuando oyen a la autoridad acuciante, por la costa caribeña responden: «Me estás estresando»; y por el Pacífico se lo toman con calma, como no podía ser de otro modo. Antes muerta que con prisa, clama la población.

Los pobres son incorregibles, hay que ver, siempre les ha dado igual morirse. Y el resto del mundo, a ponerse mascarillas con paciencia y a suspender lunas de miel en Punta Cana. Qué fastidio, recontra. Entretanto, las predicciones de la OMS sobre una hipotética pandemia de virus influenza, concluyen que, de los millones de muertos que provocaría, el 96 por ciento estarían en países pobres. Les está bien empleado, por tardones. Nosotros los ricos, en cambio, hemos llegado a tiempo a los sistemas públicos de salud y de alerta, a la vigilancia epidemiológica y a los fármacos antivirales. No hay como ser puntual para disfrutar de una larga vida.

Publicado en el ABC.ES

Bisturí a fondo o no hay remedio

Por: Xavier Caño Tamayo

Pasados algunos entusiasmos (no demasiados) tras la Cumbre G20, dudas y críticas. ¿Qué más hacer contra la crisis? ¿Es el mejor modo de enfrentarla? ¿La socialdemocracia salvará de nuevo al necio capitalismo?

En medio de esa tentación de cambiar algo, pero que todo continúe en manos de los de siempre, se ha dicho que la cumbre G20 ha sido como Breton Woods, cuando a mediados de los cuarenta del siglo pasado se reordenó el mundo (aún en guerra), se liquidaron los restos de la depresión del 29 y se relanzó la economía. Nada más lejos de la realidad.

Aquellas jornadas fueron 21 días de trabajo y fueron inclusivas: participaron 44 países de un mundo con menos Estados (aún no había empezado la descolonización en Asia y África). Además, generaron nuevas instituciones multilaterales y crearon reglas nuevas para organizar la economía mundial.

En cambio, el G-20 apenas parece renovar nada; aún confía en las instituciones financieras que impusieron el dogma neoliberal que nos llevó al desastre. Además, en el documento de conclusiones y compromisos, no aparece una sola vez ‘desigualdad’, ‘pobreza’ o ‘hambre’, como se percata el catedrático de economía Juan Torres, aunque todavía mueren diariamente 30.000 seres humanos por desnutrición severa.

Tampoco hay referencia alguna a principios éticos, aunque la crisis la han causado en gran medida prácticas sin moral ni vergüenza. Ni recoge los lúcidos planteamientos de la carta a los mandatarios del G20 de los líderes de las ocho organizaciones de la sociedad civil más importantes del mundo (Amnistía Internacional, Oxfam Internacional, Greenpeace, Save the Children, Ayuda en Acción, Plan Internacional, World Vision y Care Internacional), que han recordado al G20 que la vida o muerte de cientos de millones de personas depende de lo que se haga; que la pobreza y la desigualdad aumentan; que éstas generan y alimentan tensiones, conflictos sociales y enfrentamientos cada vez mayores; que sólo quedan 100 meses para reducir las emisiones de carbono y revertir el peligro de una catástrofe; que es urgente garantizar los derechos de subsistencia de esa mitad de la humanidad que mengua y muere entre pobreza y pobreza extrema, que es urgente proteger el medio ambiente, la Tierra (la única que tenemos)…

Walden Bello, profesor de ciencias políticas en la Universidad de Filipinas, hace esta pregunta al G20: ¿Bastan reformas socialdemócratas para relanzar la economía o esta crisis ha de llevarnos a otro orden? También el profesor Bello propone algo que parece tener más legitimidad que la selectiva reunión de ricos y quienes llevan camino de serlo, pues eso ha sido el G20: que Ban Ki Mon, Secretario General de la ONU, y la Asamblea General convoquen un encuentro multilateral (no sólo 21) para afrontar la crisis y preparar un nuevo orden global. Una comisión de expertos monetarios, financieros y economistas, encabezada por el Nobel Joseph Stiglitz y nombrada por el presidente de la Asamblea General, ya ha realizado un trabajo preparatorio para esa reunión. Ésa es buena noticia.

Una medida eficaz también sería cancelar la deuda de países empobrecidos. Porque esas deudas han sido pagadas con creces y fueron contraídas con condiciones abusivas. La cancelación de la deuda permitiría a los países empobrecidos disponer de más recursos sin necesitar la dudosa ayuda del FMI.

Ante el documento final, Juan Torres concede y remata que “las conclusiones de la cumbre podrían ser encomiables, pero los medios resultarán de poca efectividad, porque no se han explicado claramente las causas de la crisis. Y sin poner en claro las causas de la enfermedad solo un milagro puede hacer que el médico pueda curarla”.

Nicholas Dearden, director de Jubilee Debt Campaign (Campaña Cancelar la Deuda), sí señala lo qué pasa: “Ni los más enfervorizados partidarios del libre mercado defienden hoy que la globalización haya mejorado las vidas de la mayor parte de gente del planeta. Al contrario, un sistema con crisis inherentes, que ha alimentado niveles de desigualdad sin precedente, finalmente se ha colapsado”.

Por eso hay que recordar el dicho de Keynes: “La dificultad no estriba tanto en desarrollar ideas nuevas, cuanto en sacudirse las viejas”. ¿Revolución? Tal vez no tanto, pero urge meter el bisturí a fondo o esto no lo arregla ni dios.

(*) Periodista y escritor.
Publicado en ELINFORMANTE